Guadalupe García-Vásquez es una artista afromexicana, o como ella se autonombra, afromex, nacida en la Costa Chica del estado de Guerrero en México. También es Latinx, con influencias chicanas, pues lleva ya muchas décadas viviendo en los Estados Unidos. Es pionera del performance en la década de los ochenta en México y perteneció al grupo Bioarte junto con las artistas Nunik Sauret, Laïta, Roselle Faure y Rose Van Lengen. Su exploración en torno al performance arrancó durante su estancia en Brasil, para después adquirir formación en artes en la Academia de San Carlos en la Ciudad de México, un Maestría en Artes en el Mills College en San Francisco y estudios de doctorado en Estudios de Performance en la Universidad de Nueva York Tisch, estado en el que actualmente radica.
Guadalupe es curandera, santera, budista, activista y artista, y sus performances giran alrededor de figuras como la Virgen de Guadalupe, la diosa mexica Coatlicue -diosa de la fertilidad, madre de los dioses-, así como de su hija la Coyolxauqui -señora de la noche- y de las religiones africanas. También su trabajo tiene influencias de la escritora novohispana Sor Juana Inés De la Cruz, la pintura de Frida Kahlo y la Adelita, una figura en el imaginario popular mexicano que responde a las soldaderas de la Revolución Mexicana. Sus performances en California fueron presentados en la Art Institute de San Francisco, la Galería de la Raza y el Berkeley Art Center, entre otros espacios, además de que colaboró con Cherri Moraga y Nao Bustamante, y sobre su trabajo escribió Amalia Mesa-Bains.
En los últimos años su trabajo performático ha girado alrededor de la afromexicanidad, es decir mexicanos afrodescendientes, un grupo que ha sufrido discriminación e invisibilización y cuyo reconocimiento apenas se ha dado en los últimos años. Su último performance lo presentó a distancia en el Museo de Arte Carrillo Gil en el marco de la exposición “Coordenadas móviles: Redes de colaboración entre mujeres en la cultura y el arte (1975-1985)” que co-curé con Natalia De la Rosa, Carla Lamoyi y Roselín Rodríguez Espinosa. A través de una transmisión hecha desde Nueva York, Guadalupe realizó el performance titulado “Rebeldía en una Danza de los Diablos”, en el cual arrancó nombrándose a sí misma como Guadalupe, Lupe, Lupita y Guadalupita. Colocándose frente a la cámara, Guadalupe se describió como “artista, creadora, rebelde, anciana”, “pero nunca vieja”. Con un bastón africano de Nigeria que tenía empotrado un pájaro, habló sobre el hecho de envejecer, una reflexión que en el mundo del arte pocas veces se aborda. ¿Qué implica para un artista envejecer? ¿Cómo vive una mujer artista del performance el envejecer? Son preguntas que pocas veces nos hacemos.
Durante el performance Guadalupe hizo la distinción entre ser anciana y vieja, señalando tajantemente que es anciana, pero no vieja, porque “ser vieja es el no servir más, que se refiere a las cosas a los objetos” y porque “el término de vieja lo trajeron los españoles y lo aplicaron a las ancianas por ser objetos no servibles, sobre todo sexualmente”. Ella recuperó lo que denomina “la comunidad primaria africana” y señaló que para esa comunidad ellas “son ancianas”, en el sentido de la sabiduría de vida adquirida.
Posteriormente, cantó una versión de la canción “Los caminos del sur” haciendo referencia a Ometepec el lugar de origen de su padre, el poeta Juan García Jiménez. Utilizando una máscara que usualmente es usada por hombres para una comparsa que se realiza durante las celebraciones del Día de Muertos en Cuajinicuilapa, un pueblo afromexicano de la Costa Chica de Guerrero, Guadalupe tocó un tambor y una charrasca, instrumento de percusión hecho con la quijada de un burro. Y dijo lo siguiente:
Porque soy diabla,
soy indomable.
¿Porque no escoger una máscara que te agrade más?
Soy diabla, pero tú y yo somos indomables
y qué y qué y qué.
Somos el vientre africano.
Somos lo que tenemos dentro muy dentro de la vagina.
…
Soy vientre de ayer africano,
bailando al compás de la danza de los diablos,
tocando el bote y la charrasca que es la quijada.
…
Danzando con la máscara reanimé mis muertos
y en gritos de la vida resucité a las diablas para hacernos ángeles invisibles.
¿Por qué? ¿Por qué no? ¿Así?
Y así será.
El performance cerró con una confesión íntima y profunda sobre la muerte, sobre la gente que ha muerto a su alrededor. Fue un performance ritual en el que la celebración de la vida y su efímera presencia se conjugó con lo que podemos de aprender de la herencia africana en México.