Rebeldía en una Danza de los Diablos

Rebellion in a Dance of the Devils

February 19, 2024
By Gemma Argüello Manresa

Review

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Guadalupe García-Vásquez es una artista afromexicana, o como ella se autonombra, afromex, nacida en la Costa Chica del estado de Guerrero en México. También es Latinx, con influencias chicanas, pues lleva ya muchas décadas viviendo en los Estados Unidos. Es pionera del performance en la década de los ochenta en México y perteneció al grupo Bioarte junto con las artistas Nunik Sauret, Laïta, Roselle Faure y Rose Van Lengen. Su exploración en torno al performance arrancó durante su estancia en Brasil, para después adquirir formación en artes en la Academia de San Carlos en la Ciudad de México, un Maestría en Artes en el Mills College en San Francisco y estudios de doctorado en Estudios de Performance en la Universidad de Nueva York Tisch, estado en el que actualmente radica.

Guadalupe es curandera, santera, budista, activista y artista, y sus performances giran alrededor de figuras como la Virgen de Guadalupe, la diosa mexica Coatlicue -diosa de la fertilidad, madre de los dioses-, así como de su hija la Coyolxauqui  -señora de la noche- y de las religiones africanas. También su trabajo tiene influencias de la escritora novohispana Sor Juana Inés De la Cruz, la pintura de Frida Kahlo y la Adelita, una figura en el imaginario popular mexicano que responde a las soldaderas de la Revolución Mexicana. Sus performances en California fueron presentados en la Art Institute de San Francisco, la Galería de la Raza y el Berkeley Art Center, entre otros espacios, además de que colaboró con Cherri Moraga y Nao Bustamante, y sobre su trabajo escribió Amalia Mesa-Bains.

En los últimos años su trabajo performático ha girado alrededor de la afromexicanidad, es decir mexicanos afrodescendientes, un grupo que ha sufrido discriminación e invisibilización y cuyo reconocimiento apenas se ha dado en los últimos años. Su último performance lo presentó a distancia en el Museo de Arte Carrillo Gil en el marco de la exposición “Coordenadas móviles: Redes de colaboración entre mujeres en la cultura y el arte (1975-1985)” que co-curé con Natalia De la Rosa, Carla Lamoyi y Roselín Rodríguez Espinosa. A través de una transmisión hecha desde Nueva York, Guadalupe realizó el performance titulado “Rebeldía en una Danza de los Diablos”, en el cual arrancó nombrándose a sí misma como Guadalupe, Lupe, Lupita y Guadalupita. Colocándose frente a la cámara, Guadalupe se describió como “artista, creadora, rebelde, anciana”, “pero nunca vieja”. Con un bastón africano de Nigeria que tenía empotrado un pájaro, habló sobre el hecho de envejecer, una reflexión que en el mundo del arte pocas veces se aborda. ¿Qué implica para un artista envejecer? ¿Cómo vive una mujer artista del performance el envejecer? Son preguntas que pocas veces nos hacemos.

Durante el performance Guadalupe hizo la distinción entre ser anciana y vieja, señalando tajantemente que es anciana, pero no vieja, porque “ser vieja es el no servir más, que se refiere a las cosas a los objetos” y porque “el término de vieja lo trajeron los españoles y lo aplicaron a las ancianas por ser objetos no servibles, sobre todo sexualmente”. Ella recuperó lo que denomina “la comunidad primaria africana” y señaló que para esa comunidad ellas “son ancianas”, en el sentido de la sabiduría de vida adquirida.

Posteriormente, cantó una versión de la canción “Los caminos del sur” haciendo referencia a Ometepec el lugar de origen de su padre, el poeta Juan García Jiménez. Utilizando una máscara que usualmente es usada por hombres para una comparsa que se realiza durante las celebraciones del Día de Muertos en Cuajinicuilapa, un pueblo afromexicano de la Costa Chica de Guerrero, Guadalupe tocó un tambor y una charrasca, instrumento de percusión hecho con la quijada de un burro. Y dijo lo siguiente:

Porque soy diabla,
soy indomable.
¿Porque no escoger una máscara que te agrade más?
Soy diabla, pero tú y yo somos indomables
y qué y qué y qué.
Somos el vientre africano.
Somos lo que tenemos dentro muy dentro de la vagina.

Soy vientre de ayer africano,
bailando al compás de la danza de los diablos,
tocando el bote y la charrasca que es la quijada.

Danzando con la máscara reanimé mis muertos
y en gritos de la vida resucité a las diablas para hacernos ángeles invisibles.
¿Por qué? ¿Por qué no? ¿Así?
Y así será.

El performance cerró con una confesión íntima y profunda sobre la muerte, sobre la gente que ha muerto a su alrededor. Fue un performance ritual en el que la celebración de la vida y su efímera presencia se conjugó con lo que podemos de aprender de la herencia africana en México.

Still image, Courtesy of Museo de Arte Carrillo Gil

English Translation

Guadalupe García-Vásquez is an Afro-Mexican artist, or as she calls herself, “afromex.” She was born in the Costa Chica region of the state of Guerrero in Mexico. She is also Latinx, with Chicano influences, as she has been living in the United States for many decades. A pioneer of performance art in Mexico during the 1980s, she was a member of the Bioarte group alongside the artists Nunik Sauret, Laïta, Roselle Faure, and Rose Van Lengen. Her exploration of performance art began during the years she lived in Brazil, followed by formal art training at the Academy of San Carlos in Mexico City, a Master of Fine Arts at Mills College in San Francisco, and Ph.D. studies in Performance Studies at New York University Tisch, the state where she currently lives.

Guadalupe is a healer, Santera, Buddhist, activist, and artist, and her performances are articulated around figures such as the Virgin of Guadalupe, the Mexica goddess Coatlicue -goddess of fertility, mother of the gods-, as well as her daughter Coyolxauqui -lady of the night- and African religions. Her work is also influenced by the Novohispanic writer Sor Juana Inés De la Cruz, the art of Frida Kahlo, and Adelita, a character in the Mexican popular imaginary that represents the female soldiers of the Mexican Revolution. Her performances in California were shown at the Art Institute of San Francisco, Galería de la Raza, and the Berkeley Art Center, among other spaces. She collaborated with Cherri Moraga and Nao Bustamante, and Amalia Mesa-Bains wrote about her work.

In recent years, her performance artwork has focused on Afro-Mexican identity, highlighting the experiences of Mexicans of African descent, a group that has faced discrimination and invisibilization, and whose recognition emerged recently. Her latest performance was presented remotely at the Carrillo Gil Art Museum as part of the exhibition “Mobile Coordinates: Collaboration Networks among Women in Culture and Art (1975-1985),” which I co-curated with Natalia de la Rosa, Carla Lamoyi, and Roselin Rodríguez Espinosa. Through a broadcast from New York, Guadalupe performed the piece titled “Rebeldía en una Danza de los Diablos” (Rebellion in a Dance of the Devils), in which she began by naming herself Guadalupe, Lupe, Lupita, and Guadalupita. Standing in front of the camera, Guadalupe described herself as an “artist, creator, rebel, elder,” but “never old.” Holding a Nigerian African cane with an embedded bird, she spoke about the process of aging, a reflection that is seldom addressed in the art world. What does aging mean for an artist? How does a female performance artist experience aging? These are questions that we rarely ask ourselves.

During the performance, Guadalupe made a clear distinction between being elderly and being old, stating that she is elderly but not old because “being old means no longer serving, referring to things and objects,” and because “the term old was brought by the Spaniards and was applied to the elderly as non-functional objects, especially sexually.” She reclaimed what she calls “the primary African community” and pointed out that in that community they are considered “elderly,” in the sense that they acquired wisdom in life.

The performance included a rendition of the song “Los caminos del sur,” referencing Ometepec, the poet Juan García Jiménez’s place of origin, who was her father. Wearing a mask from Cuajinicuilapa, an Afro-Mexican town in the Costa Chica of Guerrero, typically worn by men in celebrations during the Day of the Dead, Guadalupe played a drum and a charrasca, a percussion instrument made from a donkey’s jawbone. Then, she said:

Because I am a female devil,
I am untamable.
Why not choose a mask that you like more?
I am a female devil, but you and I are untamable,
and what and what and what.
We are the African womb.
We are what we have deep inside the vagina.

I am yesterday’s African womb,
dancing to the rhythm of the devil’s dance,
playing the drum and the charrasca, which is the jawbone.

Dancing with the mask, I revived my dead people,
and in the shouts of life, I resurrected the female devils to become invisible angels.
Why? Why not? Like this?
And so, it will be.

The performance concluded with an intimate and profound confession about death and those who have passed away around her. It was a ritual performance celebrating life and its ephemeral nature, intertwined with lessons from the African heritage in Mexico.