Keeper of the Flame

Roksana Pirouzmand at Vernacular Institute

November 12, 2024
By Gaby Cepeda

Review

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Roksana Pirouzmand’s four kinetic installations for A Flame, A Rock, Between Two Mountains, her first solo exhibition in Latin America, flirted with disaster. Each of the young Iranian artist’s pieces was allowed to breathe and toil in their own white rooms. Contained as they were, each artwork was activated by the energy generated from small engines, enabling them to ‘perform’ their own existential crisis for the audience by enacting the conditions for both their sustenance and destruction.

In her recent works, Pirouzmand cast red clay molds of her own body and the bodies of her loved ones, often positioning them in some type of disarray or piled on top of one other. The figures are always faceless. For Between Two Mountains IV (all works 2024), displayed in a gallery on the bottom floor of the exhibition space, Pirouzmand created her first figure with a face: a cast of her own head and shoulders. She rested the bust on its left cheek on the very edge of a metallic chair, its shoulders hanging eerily in mid-air. Displayed alone, and dramatically spotlit in an otherwise dark room, the artist’s disembodied face wept: water dripped from its closed eyes and pooled on the floor.

Roksana Pirouzmand. Between Two Mountains IV. 2024. Courtesy of Vernacular Institute. Photography by Rubén Garay.

On the second floor, Between Two Mountains II and III offered more dramatic performative and kinetic gestures. In the latter, messily strewn river rocks and clay casts of two human feet were strung up by a pulley system and dragged along the floor in circles by small but noisy engines. As the toes grazed the floor, their red clay crumbled, clinked, and clanked, leaving behind traces of their movements. Impressive and affecting, Between Two Mountains II consisted of five lit candles, each mounted on long metal pipes in a fan formation. The pipes were connected by a wire attached to an overhead mechanism that jerked them from left to right. With each such motion, the tiny flames flickered, struggling to remain alight.

Roksana Pirouzmand. Between Two Mountains III. 2024. Courtesy of Vernacular Institute. Photography by Rubén Garay.
Roksana Pirouzmand. Between Two Mountains II. 2024. Courtesy of Vernacular Institute. Photography by Rubén Garay.

On the evening of the exhibition’s inauguration, Pirouzmand enhanced her artworks’ performative entropy. In a haunting performance, the artist activated Between Two Mountains I – a long-sleeved, floor-length linen dress dyed the color of clay. The dress was tensed into position in the middle of the room by symmetrical strands of black fishing thread that stretched from the adjacent walls and towards the ceiling. The threads knotted into the dress, and excess strands hung like hair down the creased bodice.

For her performance, Pirouzmand put on the dress, bringing it to life. An engine on the ceiling rotated a crank handle that pulled the threads on each side, causing the dress to shake in short, controlled intervals, and the artist to sway softly yet mechanically. Still, Pirouzmand remained steadfast, staring down at her hands which were held up to her chest. Her right hand held a wax replica of itself, with a lone candle perched in its palm. It was a striking image. The artist’s neck was bent in deep concentration on the subtle movements of the flame. She appeared to be guarding or controlling the fire. It couldn’t hurt her. Though the performance only lasted for about 30 minutes, I found it hard to stay for too long. It was as if I was watching an intimate moment, an apparition or a prayer that had suddenly been made public through the act of performance.

Roksana Pirouzmand. Between Two Mountains I. 2024. Performance by the artist at Vernacular Institute, Mexico City. Courtesy of Vernacular Institute. Photography by Rubén Garay.

Pirouzmand’s works in this show hung by a thread, literally and figuratively. Through her performative interventions in these precarious artworks, she manifested an uncomfortable psychological state familiar to anyone existing and surviving in the maelstrom of destruction, hope, prayer, death, beauty and despair that surrounds us all. Like the humble flames in Pirouzmand’s artworks, all we can do is keep holding on.

Roksana Pirouzmand. Between Two Mountains I. 2024. Performance by the artist at Vernacular Institute, Mexico City. Courtesy of Vernacular Institute. Photography by Rubén Garay. Video editing by CaWa Studio.

Spanish translation

Las cuatro instalaciones cinéticas de Roksana Pirouzmand, presentadas en A Flame, A Rock, Between Two Mountains (Una flama, una roca, entre dos montañas), su primera exposición individual en Latinoamérica, incitaban al desastre. Cada una de las piezas de la artista iraní tenía suficiente espacio para respirar y trabajar en su propia habitación blanca. Contenidas como estaban, cada obra era activada por la energía y los mecanismos de pequeños motores, que permitían a los objetos ‘performar’ su propia crisis existencial ante los espectadores, representando simultáneamente las condiciones de su propia posibilidad y de su propia destrucción.

En obras recientes, Pirouzmand ha creado moldes en barro rojo de su propio cuerpo y de los cuerpos de algunos de sus seres queridos, posicionándolos en algún tipo de configuración caótica, apilados unos sobre otros, siempre sin rostros. Para Between Two Mountains IV (Entre dos montañas IV, todas las obras 2024), ubicada en una galería en el subsuelo del espacio de exhibición, Pirouzmand modeló su primer rostro: un molde de su propia cabeza y hombros. El busto descansaba sobre su mejilla izquierda, muy al borde de una silla metálica, con los hombros flotando en el aire. Solo e iluminado dramáticamente en un espacio casi a oscuras, el rostro sin cuerpo lloraba: agua goteaba de sus ojos cerrados, formando un pequeño charco en el suelo.

En el segundo piso, Between Two Mountains II y III (Entre dos montañas, II y III), ofrecían gestos performativos y cinéticos más enérgicos. En esta última, un grupo de piedras de río y una réplica realista de un par de pies hechos con barro rojo, se arrastraban trazando círculos alrededor de la sala. Colgaban del techo con hilos que se enmarañaban, jalados por un sistema de poleas con motores chiquitos y ruidosos. Los pies estaban apenas suspendidos y sus dedos rozaban el piso haciendo que el barro se desmoronara poco a poco, ocasionalmente golpeándose al avanzar y dejando polvo a su paso. En el siguiente cuarto, Between Two Mountains II, era una pieza asombrosa e inquietante. Cinco velas encendidas, cada una montada sobre una vara de metal, acomodadas como un abanico que salía del suelo. Las varillas estaban unidas entre sí por un alambre conectado a un mecanismo en lo alto, que las tironeaba impetuosamente hacia un lado y hacia el otro. Con cada jaloneo, las flamitas encendidas titubeaban, luchando por mantenerse encendidas.

En la noche de la inauguración, la misma Pirouzmand elevó la entropía performativa de sus obras. La artista activó Between Two Mountains I —un vestido largo de lino, del mismo color rojizo que el resto de sus obras de barro, tensionado en el medio de la habitación con extensiones simétricas de hilo negro que se ataban al techo y a las paredes. Los hilos penetraban el vestido para anudarse en él, y su exceso colgaba al frente como si fueran cabellos largos.

En su performance, Pirouzmand habitó el vestido, reanimándolo. Un mecanismo en el techo hacia rotar una palanca que jalaba intermitentemente los hilos a cada lado del vestido, haciendo que este se sacudiera en intervalos cortos, simétricos y controlados, moviendo el cuerpo de la artista de una forma mecánica pero apacible. El afecto de Pirouzmand era firme, oscilaba suavemente con su mirada fija en las palmas de sus manos, flexionadas a la altura de su pecho. Su mano derecha sostenía una réplica de sí misma hecha en cera, con una vela solitaria brillando sobre ella. Era una imagen imponente. Toda la atención de su cuerpo parecía concentrada en su cuello inclinado, mientras observaba los delicados movimientos de la flama. Parecía guardar o controlar el fuego. No podría lastimarla. Aunque el performance duró poco más de 30 minutos, no era fácil acompañarlo. Se sentía como entrometerse en un momento íntimo, en una aparición o una plegaria, expuestas allí por el acto de la performance.

En esta exposición, la obra de Pirouzmand pendía de un hilo literal y figurativamente. Sus intervenciones performáticas sobre estas obras, de apariencia frágil y delicada, lograban manifestar un estado psicológico apesadumbrado, familiar a todos aquellos que existen o sobreviven en el flujo de destrucción, esperanza, fe, muerte, belleza e impotencia que nos atraviesa a todos. Como los humildes fuegos de las obras de Pirouzmand, sólo podemos aferrarnos a la luz.

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